martes, 29 de abril de 2008

No tengo ni idea de lo que voy a escribir.

Hoy he terminado mi jornada laboral tras 12 horas intensas, como siempre, agotada y con el corazón turbio.
Me he metido en el coche y he puesto música para que no pudiera escapar de mi mente ni un poquito de la tensión acumulada, para que ninguna nube abriese y pudiera correr el aire.
He llegado como una autómata con el único propósito de escuchar el silencio, cigarrillo especial en mano y teclado sobre las rodillas.

No es que esté mal últimamente, es solo que hoy estoy cansada, que el trabajo me absorbe la energía y que soy incapaz de dejar que ni un poquito de cariño o remota posibilidad de amor se escurra por alguna de mis mil grietas.

Hoy no voy a decir que añoro, espero, sueño o necesito, no, hoy voy a decir "quiero estar sola". Estoy llena de pinchos y no se por qué, pero hoy no busco respuestas.

He apagado los tres teléfonos, quiero sentirme sola en el cosmos, como un principito en un planeta lejano.

domingo, 20 de abril de 2008

Sin título...

La mayoría de la gente que conozco envidia mi vida, envidia sana, sonríen escuchando las historias de mis días.
Normalmente no me creo que eso sea verdad, no le doy importancia. Pero hay veces en las que tomo distancia y me veo a mi misma, escucho mis propias palabras cuando hablo de mis cosas y me sorprende ver que es cierto, que yo misma envidiaría mi propia vida si la escuchara de otros labios.
Pero no la aprecio lo suficiente. Soy muy buena perdiendo la perspectiva. En este caso agrando una pequeñez de esas que te ahogan, hasta que sea lo suficientemente importante como para restar protagonismo a todo lo demás.
Supongo que es la excusa perfecta para sentir siempre un grado medio de autocompasión.
Es cierto que mi trabajo está agotando mi energía y agriándome el carácter, es cierto que también he tomado las medidas oportunas y, a pesar de que estoy en el camino del cambio, todavía tengo mucho que aguantar.
Pero es que estoy un poco cansada y echo de menos los abrazos.
Aunque reconozco que, en un alarde de dramatismo histriónico, llevo en el alma la pena de saber a ciencia cierta que nunca conoceré a esa persona con la que tendré ese tipo de relación.
Mientras tanto miro con paciencia mi propio teatro vital y termino casi cada semana diciendome "he sobrevivido", por que realmente sobrevivo, por que es verdad que mis semanas, al menos la última, ha sido muy difícil, pero no puede ser casualidad que casi todas sean dignas de ser contadas.
Así que trato de dejar atrás que el jueves discutí tan a muerte con dos de mis jefes que tuve que terminar la discusión (las insinuaciones hirientes) con un puñetazo en la mesa y lágrimas rabiosas en los ojos, pegué un portazo en el baño y me sequé el orgullo con papel de water. Dejo salir por el oído opuesto las noticias del mas allá, las estupendas noticias que ni me van ni me vienen pero que me dejan un agujerito. Olvido los puntos en la boca tras la operación de las muelas del juicio y seis días seguidos de trabajo extenuante.
Lo que importa es que el viernes vino Ivan al rescate con la moto, me invitó a cenar en un mejicano y yo le enseñé lugares perdidos en mi memoria. Disfrutamos de aquello, disfrutamos de nuestra amistad sincera... y sagrada, como he disfrutado esta noche de mi amiga Viky y de nuestra cena japonesa, en el Aki, con tan poco glamour y la mejor comida que he probado.
Sagrados son mis momentos disfrutando de mi misma, aunque me asuste.

martes, 8 de abril de 2008

De lo absurdo de volar.

Nunca he llegado a comentar que siempre que vuelo, me sucede algo, nada digno de reseñar, pero si lo suficiente como para que acabe pensando que volar es un atraso y que mas me habría valido ir andando allá donde fuere.

Mi vuelo a Londres salía el jueves a las 7.35 de la mañana de la T1 en una de esas compañías de transporte de ganado humano. Como una está ya casi curada de espantos, pretendía estar en el aeropuerto con las dos horas antes de rigor, así que claro, dada la ausencia de príncipes azules y de princesas de cuento que rondan por mi vida, me tocó coger un taxi, por que Madrid, a pesar de ser una ciudad cosmopolita y de profundo ambiente cultural, multiétnica y de estar dotada de los transportes mas modernos y punteros de los que una ciudad de pro pueda gozar, no hay manera de llegar al aeropuerto a según qué horas.

Conseguí meter en la maleta los regalitos que los padres de mi amigo le enviaban al bebé, conseguí meter mucha mas ropa de la necesaria y una bolsa de aseo en la que no pueden faltar algún que otro bote gitantesco, todo ello en una maleta de mano roja, por supuesto.

Llevaba en la cartera cincuenta libras y ningún billete en euros para pagar el taxi, así que bajé a la calle maleta en ristre para sacar dinero. Elegí el cajero 4B que hay debajo de mi casa, pero claro, como no podía ser de otra manera, no estaba de servicio.

Murmurando y maldiciendo me tocó bajar al servired que hay justito al final de la enorme cuesta, justo ese cajero en el que habita un treintañero de vida complicada adicto a la heroína y sin nada que perder. Pero sus hábitos no le impiden ser mas listo de lo que sería yo en su situación y me encontré con el cajero cerrado a cal y canto.

Sin dinero en el bolsillo y ahogada por la cuesta pude parar un taxi, "¿me podría llevar al primer cajero en condiciones que veamos para que le pueda pagar la carrera al aeropuerto?", "Por supuesto, señorita, cómo no!", "infeliz, me ha llamado señorita".

Con treinta euros menos en el bolsillo conseguí llegar al aeropuerto, llegué al mostrador de la compañía y la chica me pregunta "¿llevas algún líquido o similar en la maleta de mano?", "AH, maldita sea!!, la bolsa de aseo repleta de botes!!", "Pues tienes que facturar, son quince euros", "¿cómo?, casi mejor saco los botes cuando me paren y listo".

Pero no, esas cosas que le pasan a todo el mundo a mi no me pasan. Pasé los controles con la maleta llena de botes y una lata de anchoas y el bolso con una botella de refresco de medio litro llena de agua. Eso si, me hicieron descalzarme.

Pensando yo que la suerte me iba a sonreír, me acurruqué en una silla en la puerta de embarque con mi libro "La Busca", de Pío Baroja. Acercábase la hora de embarcar cuando los altavoces de la puerta nos susurraron al oído "SEÑORES PASAJEROS, EL AVIÓN TIENE PROBLEMAS TÉCNICOS Y TENDREMOS QUE ESPERAR AL SIGUIENTE AVIÓN, QUE LLEGARÁ A LAS 9:00 A.M". Ahá, bien, correcto, de manera que me levanto a las cuatro y cuarto de la mañana, me recorro el barrio como puta por rastrojo para conseguir sacar dinero, llego al aeropuerto pelada y con demasiada, demasiadísima antelación y resulta que retrasan el vuelo DOS HORAS Y MEDIA!!!!!. Pues si, cómo no.

Luego está el tema de que nunca, jamás se sienta a mi lado alguien interesante, pero ese es un inquietante motivo de otro post.

El vuelo de regreso fue todo lo contrario, llegué demasiado pronto, como de costumbre, me senté en las plataformas rojas que hay justo a la entrada de los controles de la T2 de Heathrow, bajo el ojo de buey. Me daba el sol y sonaba por los altavoces una música de tocadiscos, años veinte. Me puse a leer y me sentí la mujer mas afortunada de la tierra. Aterricé en Madrid y el aire olía a ozono, un recibimiento espectacular.

Y aquí estoy, de nuevo.