miércoles, 5 de noviembre de 2008

La princesa Carlos y el Príncipe Carlota"

“… la discusión había terminado con un atisbo de tregua pero sin un acercamiento real. El príncipe María estaba confuso, se debatía entre mandar al a mierda a la princesa, por histérica, o hacer de Príncipe que, al fin y al cabo era para lo que le habían dado profunda formación.

Dejó la idea de Principear rondando por la cabeza y, ya por la tarde, se decidió a enviar un bonito poema titulado “El Enamorado” de un tal Jorge Luís Borges por sms. Al caer la noche, no tenía ningunas ganas de hablar con la Princesa, así que, apagó los teléfonos y dejó un aviso de que se marchaba a dormir, para evitar confusiones.

A la mañana siguiente, al encender los teléfonos y comprobar que su sms nocturno no había sido contestado, el Príncipe se puso como la niña del exorcista y terminó cayendo en la desesperanza, aún así, envió un segundo poema por correo, Ausencia. Sin embargo, como todas y cada una de las veces que se precipita, sucede lo contrario de lo que espera, a las 9.30 de la mañana su operadora telefónica se dignó a entregarle el cariñoso sms que la Princesa le había enviado de buenas noches.

A esas alturas, el Príncipe estaba totalmente metido en su papel de macho dominante y su fantasía estaba totalmente desbordada de ideas románticas (sacadas de google). Estaba decidido, le escribiría una carta con todo lo que amaba de su Princesa. Seis largos folios reciclados sacados de la impresora y un sobre robado con el matasellos de BBVA serían los portadores de sus mas íntimos sentimientos.

El plan consistía en pasar por la casa de la Princesa y, una vez comprobada su ausencia del domicilio, entraría a hurtadillas en el hogar y dejaría la nota sobre la almohada.

Estaba nervioso, habían dado las 17 horas y se dirigía al reino de Rivas a depositar su alma sobre una almohada. Introdujo el CD de Fito y los Fitipaldis para inyectarse energía macarrónica, para meterse en el papel de allanador.

Llegó al reino de Rivas y, con todo el peso de la culpa y la vergüenza, llamó al telefonillo exterior del 2ºD, portal 3. No obtuvo respuesta. “A lo mejor está en la ducha o pasa de abrir por que no espera a nadie…” pensó el príncipe. De todos modos, entró con su llave.

Una vez en el portal 3, volvió a llamar al telefonillo, de nuevo sin respuesta, de modo que se decidió a entrar, “a por todas!”, pensó.

Cuando el ascensor aterrizó en la segunda planta, las pulsaciones ya estaban por encima de lo recomendado por su doctor, además, se escuchaba música… ¿estaría en su casa la Princesa enjuagando sus lágrimas con musiquilla?, tenía que comprobarlo. Se apostó frente a la puerta, llave en mano, pensando que, si la cerradura estaba echada, estaría frente a una casa vacía. Así que, introdujo la llave… pero la cerradura estaba abierta… Abrió una rendija y, con un sigilo felino, asomó el hocico… no había nadie.

La penumbra inundaba los conocidos espacios, el olor a incienso le recordó tantas y tantas veladas… Sin dejarse embriagar, corrió de puntillas hacia el dormitorio y depositó sus letras sobre la almohada que él suele utilizar cuando se queda en casa de la Princesa, la cama estaba deshecha. En lugar de aprovechar a hurgar entre las cosas de la Princesa, tal y como había planeado, salió corriendo como alma que lleva el diablo. Corrió por el descansillo, corrió por el pasillo exterior y ya en el coche, se echó a llorar de tensión.

Esperó toda la tarde fumando porros en casa y leyendo su aburrido libro. A las 22 horas la Princesa llamó, descompuesta y feliz. Había triunfado. Es maravilloso ser Príncipe, las princesas son tan tiernas…

Sin embargo, la historia no había terminado, a la mañana siguiente, volvió a enviar un poema “Dime”, del mismo autor, y envió una invitación formal para cenar esa misma noche en el restaurante Arabia. La princesa aceptó gustosa y quedaron a las 9 en su casa tras una retahíla de correos subidos de tono”